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Las mareas de la memoria

lunes, enero 09, 2006

¡Más novedades! Como leo mucho y me salen muchas entradas sobre libros, he decidido abrir un tercer blog sólo para libros, literatura y temas afines. Así que he trasladado las tres entradas que había aquí a uno nuevo que se llama Todo está en los libros y cuyo enlace tenéis también a la izquierda. Dejo las entradas originales aquí, sobre todo porque me da pena modificar este blog y, además, eliminar con ello vuestros comentarios (que no sé cómo trasladar, si es que es posible; se admiten consejos).
En realidad todo esto tiene que ver con mi manía por el orden. La cosa estaba empezando a resultar un poco dispersa, y creo que si se diversifica demasiado, algunas cosas interesantes se pierden en el todo. Así que Las mareas de la memoria quedará para reflexiones, recuerdos y cosas más íntimas, y por tanto afines con el título. Aunque a este paso voy a llenar el ciberespacio de blogs y eso también va a resultar un poco coñazo. Supongo que tendré que acabar creando una página más compleja donde pueda incluirlo todo, pero eso queda para más adelante; bastante más adelante, que ya me estoy complicando la vida cibernaútica más de la cuenta...

sábado, enero 07, 2006

YA VUELVO!!!

Hola a todos, sé que parece que haya abandonado el blog (y alguien ya ha protestado de forma anónima), pero no es así. Es que he estado muy ocupada con algunos viajes, la cosa navideña y los asuntos de il cuore. Pero volveré a publicar cosas, tengo una larguísima lista de entradas pendiente, asi que un poco de paciencia. De momento he abierto otro blog que estará dedicado a los viajes y a la fotografía. Se llama Imágenes del mundo y tenéis el enlace a la izquierda. De momento empiezo por el viaje a París que hice en diciembre; lo que hay es sólo la introducción de la primera entrada, que estará dedicada a Rodin. Como siempre espero vuestros comentarios! Besos para todos.

PD: De paso, a los que vivís en Barcelona, os anuncio que mañana hay un concierto de Down Home en el Harlem a las 23, 30. Yo estaré allí, así que quien quiera venir...
(se admiten sorpresas).

jueves, diciembre 01, 2005

ORDEN, DESORDEN Y ZEN

(Esto iba ser un comentario a los vuestros sobre la entrada anterior, pero se ha alargado tanto que me ha parecido mejor colgarlo como una nueva entrada).

¡Vaya, interesante polémica! Daniel, yo no he dicho que la gente desordenada padezca de pereza mental, sino que hay cierto tipo de desorden que es característico de los perezosos mentales (en este caso, ni son todos los que están, ni están todos los que son). Y de hecho en mi primer comentario hablaba de otra futura entrada sobre el asunto. En cuanto a lo del caos ordenado y el orden caótico, son también otro tema, que quizá también resultaría interesante abordar en el futuro.

Lo cierto es que yo casi siempre encuentro lo que busco (el 99% por ciento de la veces) pero hay una pequeña porción en la que no (ese 1%), que resulta desesperante, y por lo general coincide con un quebrantamiento de la propia rutina. Yo, por ejemplo, siempre dejo las gafas en el mismo lugar cuando me las quito (en su funda en el cuarto de baño cuando me pongo las lentillas, y en la mesita que tengo junto a la cama antes de apagar la luz), pero el día que no lo hago, y en las pocas ocasiones en las que no llevo las lentillas, no las encuentro porque... ¡las necesito para poder buscarlas! (¡He llegado a ponerme las lentillas otra vez, sólo para buscar las gafas!).

Ahora estoy buscando un poema que escribí hace tiempo (muchos años); bien, pues he conseguido encontrar todos los poemas que he escrito en mi vida, menos ese! Seguramente porque como es uno de los que me parecían más aprovechables, en algún momento lo separé del resto para tenerlo más a mano... (Todavía confío en encontrarlo, Max, te lo debo).

Por último, a pesar de ser tan ordenada, tengo un pequeño problema (porque soy también un poco "atabalada" -una palabra catalana que tiene un matiz que no tiene equivalente en castellano, a medio camino entre ansiosa y precipitada): se me "despegan" las cosas sin darme cuenta. Voy con algo en las manos para guardarlo en su sitio y suena el teléfono, o llaman a la puerta, o recuerdo algo urgente que tengo que hacer... y suelto el objeto donde me pille (a veces en lugares muy, muy insólitos) y después, aunque por lo general acaba apareciendo, puedo tardar días y hasta semanas en encontrarlo; precisamente porque está en un lugar "inadecuado" donde nunca se me ocurriría buscarlo (incluso puedo pasar por delante de él varias veces sin verlo).

Así perdí mi broche favorito y más querido (un regalo de amor en su momento) un pájaro Dodó que quizá algunos recordáreis por haberlo visto, porque lo llevaba casi siempre prendido. Un día salí hacia el aeropuerto con el tiempo justo y un equipaje muy voluminoso. Lo había dejado aparte para ponérmelo y con las prisas casi olvidé hacerlo. En el último momento, lo cogí con la intención de prendérmelo en el taxi, durante el trayecto. Con él en la mano, y tirando de la maleta y demás bultos con la otra, fui al quiosco a comprar el periódico, lo solté un momento para sacar el monedero... y olvidé recogerlo. Cuando me dí cuenta ya estaba en el avión y nunca apareció (a pesar de que pregunté por él a mi regreso). Lloré de rabia, porque además del valor sentimental me gustaba mucho porque era muy original.

Ahora ya no sufro tanto por las cosas que pierdo. Con el paso del tiempo he elaborado una especie de doctrina Zen al respecto: no vale la pena preocuparse por la pérdida de un objeto; si al final aparece habrás pasado un mal rato innecesario, y si no aparece, preocuparte no va a cambiar el resultado...

martes, noviembre 29, 2005

PEREZA MENTAL

Cuando mi hermano y yo éramos pequeños y mi madre nos reñía -lo que generalmente sucedía los domingos por la mañana-, nos acusaba siempre de «pereza mental». Esto ocurría las mañanas de domingo porque era el momento establecido para la limpieza semanal y comportaba que nosotros debíamos recoger nuestro dormitorio para que ella pudiera barrer y fregar el suelo, y quitar el polvo. Daniel y yo guardábamos indiscriminadamente todo aquello que estaba fuera de lugar en cajones, armarios, y hasta debajo de la cama, de forma que todo aparentara estar en su lugar. Pero mi madre era muy lista —y nosotros muy tontos ya que nunca escarmentábamos— y siempre nos descubría. Entonces, con la ayuda de la escoba, hacía una gran pila en el centro de la habitación que esta vez debíamos recoger correctamente. Mientras iba sacando libros, ropas y juguetes de sus escondites, nos regañaba. Yo comprendía bastante bien aquello de que éramos unos vagos y unos desordenados, incluso entendía lo que quería decir cuando nos acusaba de pretender «tomarle el pelo», pero lo de la pereza mental constituía un misterio inescrutable para mí.

Ya mayor, he aprendido a utilizar el término en contextos diversos, pero no ha sido hasta hace poco que he comprendido con claridad el verdadero sentido que mi madre le daba entonces. La pereza mental, que va siempre unida al descuido y a la falta de atención, es uno de los vicios más comunes e infantiles entre los adultos. El esfuerzo que conlleva hacer algo mal, o guardar las cosas fuera de lugar, supone el mismo gasto de energía que hacerlo correctamente. La única forma de ahorrar esa energía es no hacerlo. Cuesta exactamente el mismo trabajo recoger una habitación que hacer que solo parezca recogida -y creo que esto es lo que mi madre quería que comprendiéramos-, con la diferencia de que lo primero es mucho más útil: suele servir para encontrar las cosas más tarde. Por tanto, a medio plazo incluso ahorra energía porque no hay que desperdiciar tiempo ni esfuerzos buscándolas (¿dónde demonios lo puse?). La diferencia es que para guardar cada cosa en su lugar (entendiendo por su lugar cualquier sitio que resulte razonable) antes hay que dedicar unos segundos a pensar cómo o dónde.

Una cierta dosis de disciplina mental es la base del pensamiento lógico y por tanto de ella depende todo lo que de razonable pueda haber en el ser humano. Por eso, analizar el grado de pereza mental de aquellos que nos rodean puede constituir un buen criterio a la hora de juzgar a las personas. Me explico: desde que me fui de casa he conocido toda clase de personas, hombres y mujeres, y he convivido con algunas —a veces por elección y otras por necesidad— casi siempre con resultados desastrosos (en ambos casos). A lo largo de los años he podido constatar que la mayoría estaban gravemente aquejados de pereza mental; es decir, sus cabezas estaban fatalmente amuebladas. A primera vista puede parecer que es asunto baladí (¡qué bonita palabra!) pero —aparte de hacerme la vida difícil a mí, que soy bastante ordenada y un poco maniática— me ha permitido descubrir que la pereza mental suele ser el atributo de aquellos que se preocupan más por las apariencias que por la esencia de las cosas (hay algunas excepciones: aquellos cuya actividad mental es tan sumamente abstracta que realmente no pueden reparar en nada de lo que les rodea; pero seres tan excepcionales no suelen abundar). Ergo, eran seres simples y superficiales por mucho barniz intelectual que se aplicaran (a pesar de que en los tiempos que corren ser tildado de intelectual es poco menos que un insulto).

APOSTILLA: Que nadie piense que mi madre era una mujer severa; una vez ordenadas correctamente nuestras habitaciones, enseguida olvidaba su enfado, recuperaba su buen humor habitual y jamás mantenía los castigos impuestos durante la acalorada discusión.

EPÍLOGO: Es de cajón que este pequeño relato, aparecido en el mismo recuento de papeles que el anterior, también se lo dedico a mi madre, aunque tampoco pueda leerlo.

domingo, noviembre 27, 2005

LA CAJA DE MÚSICA

Esta es la caja de música cerrrada
Desde muy pequeña quise tener una casa de muñecas, pero sabía que mi madre no me la compraría porque no nos lo podíamos permitir. La casa de muñecas formaba parte de una colección de objetos celosamente atesorados en algún rincón de mi cabeza con una etiqueta que decía: «cosas que me compraré cuando sea mayor y tenga mi propio dinero».
A los doce años vi El juez de la horca, de John Huston (en aquel cine, el Lido de Barcelona, aplicaban la política de que acccediera todo aquel que pudiera costear la entrada) y un detalle de la película quedó grabado en mi memoria; Roy Bean, el juez, le prometía a su amante mexicana que le regalaría una caja de música para que guardase sus joyas como hacían las auténticas señoras. Al final, le compraba la caja de música, casi demasiado tarde, porque cuando se la entregaba ella agonizaba. Desde ese día la caja de música, ocupó su lugar junto a la casa de muñecas y todos aquellas cosas que deseaba y no podía tener.
Pasaron algunos meses, volvimos a establecernos en Madrid y poco después llegó mi decimotercer cumpleaños. La mañana de ese día mi madre me pidió, como tantas otras veces, que la acompañara a hacer la compra. Pero en lugar de encaminarnos hacia el mercado, subimos hasta el principio de nuestra calle, donde había una lujosa tienda de regalos que se llamaba (todavía lo recuerdo) Toupie.
Entramos, mi madre pidió que le mostraran las cajas de música, la señora sacó varias, pequeñas y modestas —y que me parecieron muy feas— cuando comprendió que era para mí, solo una niña. No me gustaron y a mi madre tampoco, recuerdo que todas eran alargadas como minúsculos ataúdes. Mi madre leyó la decepción en mi cara y pidió que le mostraran otras mejores. La señora dijo que las otras eran muy caras, mi madre, aunque probablemente no contaba con gastar tanto, insistió. La señora entró en la trastienda y trajo otras más lujosas. Tres cajas de esas que al abrirse tienen dos pisos, y las abrió. Dos de ellas también eran feas, con una ridícula bailarina de plástico y tules que giraba al son de la música. Pero la tercera era preciosa: en el exterior había un paisaje lacado en rojo y negro con incrustaciones de nácar; en el interior de la tapa, un espejo en él estaba pintado un delicado paisaje marino con barquitos y gaviotas blancas sobre un mar de tinta azul. Supongo que mi madre leyó el placer en mi cara porque señaló y dijo: «esa». La señora la envolvió y mi madre se apartó para que yo no viera como la pagaba (se supone que es de mal gusto dar a conocer el precio de los regalos, y supongo que tampoco quería que yo la rechazara al comprender que era demasiado cara). No sé cuanto costó pero estaba segura de que mucho, el regalo más lujoso que podía tener una mocosa de trece años.
Durante días la mostraba orgullosa a todos los que venían a casa, incluso invité a mis amigas del colegio a casa sólo para que la vieran. Durante años fue una de mis posesiones más preciadas, un tesoro que yo mostraba siempre a mis nuevas amigas.
La limpiaba con obsesión, le sacaba brillo hasta dejarla reluciente y me encantaba darle cuerda y oir la música. Tenía una melodía suave y delicada, muy oriental, y distinta del habitual Para Elisa. Mi afán de limpieza fue causa de un gran disgusto: tratando de limpiar el espejo, empañado por el polvo y el manoseo, utilicé alcohol, mientras lo frotaba comprobé aterrada como se borraba el precioso paisaje; aunque dejé de frotar y soplé sobre el cristal para que el alcohol se evaporara, desaparecieron casi todas las gaviotas y sólo se salvaron dos barquitos y la montaña del fondo. El disgusto me duró varios días.



La caja de música abierta, en el espejo tadavía

se aprecian los dos barquitos, la montaña

y, a la izquierda, una solitaria gaviota

A medida que me hice mayor la caja de música perdió parte de su relevancia. Aunque ya no le daba cuerda para que siempre sonara la melodía al abrirla, ni la mostraba entusiasmada a cada visitante, siempre me inspiró un cariño especial y nunca dejó de cumplir su misión como joyero. Con el paso del tiempo sufrió pequeños desperfectos, golpes y rayaduras, pequeñas heridas irreversibles... y dejó de ser única para verse acompañada de multitud de cajas, con y sin música, pues se despertó en mí la pasión por coleccionarlas. Hoy, con su paisaje medio borrado y las marcas de los golpes, sigue siendo la más hermosa y querida de mi colección.

(Esto es una cosa que escribí hace años, que le dedico a mi madre, a pesar de que como donde está no tiene internet, no puede leerla de momento).

martes, noviembre 22, 2005

MÁS ACERCA DE LIBROS...

Marcóticos está ansioso de polemizar conmigo acerca de la entrada que prometí sobre subrayados y demás. Así que ahí van unas cuantas reflexiones acerca de lo que opino sobre el tratamiento que reciben por parte de los usuarios/propietarios, los libros mismos.

Primero quiero decir que me produce un gran placer «estrenar» libros. Aunque hace un tiempo que no lo llevo tan a rajatabla, desde hace años lo primero que hago, tras hojear el volumen para asegurarme de que no tiene pliegos defectuosos o páginas sin imprimir (pues tropiezo con libros así con cierta frecuencia, quizá porque compro más que la media), es poner la fecha y mis ex libris (tengo un tampón de esos con rueditas para las fechas y dos para los ex –libris; una N y el dibujo de una luna entre nubes). Lo hago en la primera página impresa (la que suele llevar el nombre de la obra y el del autor), porque si se hace en una de las blancas de cortesía que anteceden, siempre puede alguien arrancarla sin que se note (desconfiada que es una).

Rara vez presto un libro a una persona que no tenga muy controlada porque me da mucha pena perderlos, no sólo la obra, sino también el ejemplar en concreto con el que he disfrutado. A pesar de ello, algunos no vuelven, y hay unos pocos que he comprado hasta varias veces. En esto de los libros soy muy «propiedadprivadista», y por eso no me gusta leer libros en las bibliotecas. Y cuando alguien me presta un libro que me gusta mucho, después de devolverlo suelo comprarlo para poseer mi propio ejemplar al que poder volver cuando quiera.
Como ya dije, compro casi todo lo que me interesa antes de que desaparezca de las tiendas (salvo aquellos que son carísimos; en este caso, renuncio a ellos, o trato de que alguien me los regale en fiestas señaladas). De ambas cosas se deduce que mi presupuesto para libros es elevadísimo.

No me preocupa que los libros se deterioren por el uso, porque eso es señal de que han vivido –y de que son algo más que un adorno para estanterías comprado por metros–, aunque soy por naturaleza cuidadosa con todas las cosas. No me importa comprar libros de segunda mano, y hasta me produce cierta ternura encontrar en ellos el nombre de un antiguo poseedor, o simplemente pensar que alguien pasó a aquellas páginas y disfrutó con aquella lectura, antes que yo. Tampoco me importa doblar la esquinas para marcar la página en la que interrumpo la lectura, aunque sólo lo hago con las ediciones baratas de bolsillo.
Por cierto que aunque me encantan las ediciones de lujo y los libros de gran formato para admirar, cuando existe, compro la edición de bolsillo, porque, pese a todo, lo que de verdad me interesa es el contenido, y los libros baratos me permiten comprar alguno más.

Lo que no suelo hace es subrayar lo libros, costumbre que mi hermano Daniel practica, por dos motivos: «ensucia» la lectura, y, si prestas el ejemplar, mediatiza al lector que lo recibe, que pone mas atención a lo que tú has marcado, que en el contenido. Como ya dije en algún comentario con motivo de otras circunstancias, me "horroriza guiar a la gente", lo cual se aplica también a la lectura. Por, supuesto, ni se me ocurre subrayarlos cuando no son míos. Lo que suelo hacer es marcar con post-it las páginas donde se dicen cosas que me interesan y al día siguiente las transcribo o gloso sobre papel.
Lo del "día siguiente", es porque cuando estoy en casa, siempre leo tumbada sobre la cama. Reconozco que es una costumbre un poco incómoda, sobre todo si el libro es grande, pero es un hábito adquirido desde la infancia (cuando todavía era mas complicado de ejercer, pues, mientras leía, me chupaba el pulgar izquierdo, cosa que también hacía para dormir). Así que yo para leer, me tumbo (de lado); a pesar de la dificultad que entraña sostener el libro y a la vez pasar las páginas, con un brazo medio aprisionado por el cuerpo.

Por último (al menos por hoy) prefiero las encuadernaciones cosidas porque me molestan terriblemente los libros de lomos engomados cuyas hojas se desprenden con solo pasarlas. También me irritan aquellos que utilizan un papel de tan baja calidad que se transparenta la página opuesta, dificultando la lectura, y los que utilizan tipografías minúsculas; prefiero un tocho de 800 páginas con letra grande (en esto estoy de acuerdo con Daniel, aunque trabajando en el mundo editorial, también entiendo que cuantas más páginas más se encarece la impresión). Emplear caracteres de menos de 12 puntos, que es lo habitual (aunque eso también depende de la fuente tipográfica que se utilice) me parece una aberración; 14 o 16 puntos sería para mí el tamaño idóneo para una lectura cómoda, pero salvo para las obras que son muy cortas, para las editoriales ya es demasiado.

domingo, noviembre 20, 2005



Para los que vivís en Barcelona o la visitáis con frecuencia: si tenéis la oportunidad de ver un concierto de Down Home, no la desaprovechéis. Tocan swing (tanto versiones como temas compuestos por ellos) y
son fantásticos. El grupo está formado por dos servios (Iván, al contrabajo, y Duska, saxo tenor), dos catalanes (Roger, el batería, y Pol, saxo alto) y un cantante argentino al que llaman "el Chino". Podéis encontrar más información en la página: www.downhome.info .


miércoles, noviembre 16, 2005

ACERCA DE LOS LIBROS...

Marcos habla en su página (última entrada en La Cuarta Pared, lo siento pero todavía no sé como se incluyen los enlaces a otras páginas o entradas dentro del propio texto), del desapego que siente hacia los objetos. Yo por el contrario, no puedo evitar la debilidad que siento por ellos. Mis libros, mis fotos, mis bibelots, los montones
de cosas que colecciono... en eso soy del todo contraria, pues he llegado a volver a comprar de nuevo libros perdidos y ya leídos, sólo porque me gustaron y quiero poseer un ejemplar físico, que pueda releer u hojear cuando me apetezca...
Cuando estudiaba en la Universidad (hace una eternidad), y hasta donde podía, compraba los libros que teníamos que leer, en vez de consultarlos en la biblioteca. Al contrario que Daniel, a mí no me gustan demasiado las bibliotecas; prefiero trabajar en mi propia casa, rodeada de mis cosas y a mi aire. Aunque reconozco

la necesidad de que existan y su utilidad.

Yo compro cantidades ingentes de libros. La montaña

de "pendiente" crece y crece, pero me preocupa menos desde que leí que Antonio Vega se compra los libros
y los lee incluso años después. A mí me pasa un poco lo mismo, sobre todo porque ahora los libros duran muy poco tiempo en las tiendas y si no los compras rápido,
se devuelven enseguida, desaparecen y ya no hay manera
de encontrarlos. Así que compro todo lo que me interesa (hasta donde puedo), y los voy leyendo a medida
que me apetece.

Creo que mi mayor gasto "superfluo" (para mí, esencial) siempre han sido los libros. Incluso hace años, cuando tenía muy poco dinero (todavía menos que ahora) dedicaba un 10% de lo que cobraba a la compra de libros. Puesto que no podía permitirme salir a cenar o hacer muchos gastos, y por lo tanto pasaba mucho tiempo en casa, me permitía al menos adquirir libros suficientes (aunque fueran de segunda mano) como para que nunca me faltara lectura.
Y es que yo, sin leer no puedo vivir. Leo una media de tres libros a la semana (depende del número de páginas) y tengo la costumbre de leer todos los días al menos media hora antes de apagar la luz (esto lo hago siempre, salvo que salga de copas y llegue a casa muy tarde y bastante "averiada"). También soy de las que se van al baño con un libro, y suelo llevar uno encima para las salas de espera o los viajes en transporte público.


También tengo la costumbre de regalar al menos un libro a la gente cercana (salvo que sepa que no son lectores en absoluto) tanto en las fechas señaladas (cumpleaños, reencuentros tras periodos largos, fiestas navideñas...) como porque sí (sobre todo cuando tropiezo con alguno que me parece adecuado
para una persona en particular). Lo hago con el corazón, escogiendo con mucho cuidado uno que me parezca
que puede interesar a esa persona en concreto; si acierto, supone para mí un placer habérselo proporcionado y saber que me dedicará un pesamiento tierno/agradecido cada vez que sus ojos tropiecen con él; de paso contribuyo a fomentar el gusto por la lectura.

(Dejo para otro día un comentario acerca de lo que opino sobre subrayar libros, marcarlos de alguna forma o doblar las esquinas para recordar la página; es decir de la relación del individuo con el objeto/libro mismo).

domingo, noviembre 13, 2005

APOSTASÍA

Mi amigo Max, indignado con la últimas campañas
de la iglesia católica, propone desde su página
("la oficina imaginaria", a la que puedes acceder
desde el enlace que tienes a la izquierda) que todos
aquellos que son "no creyentes pasivos" se conviertan
en "no creyentes activos".
Es decir apostatar de la religión católica para que la iglesia deje de contarnos entre sus fieles. Desde aquí quiero apoyar la iniciativa y animo a todos aquellos que figuráis como católicos por omisión - es decir, porque
en su momento os bautizaron-, pero no sois creyentes ni practicantes, a "daros de baja" de la iglesia. En la página encontráreis información y enlaces para acceder al formulario que hay que rellenar.

lunes, noviembre 07, 2005

...A ZURDAS

Lo que sigue se suscitó en una conversación con Max
de Sastre. Naturalmente, para darse cuenta de los inconvenientes de ser zurdo, hay que serlo. Los zurdos han tenido mala prensa desde el origen de los tiempos; "hacer las cosas a zurdas" es sinónimo de hacerlas mal.

Etimologías
En latín, sinistra tiene un significado ciertamente siniestro; en alemán link significa también avergonzado y confuso; en inglés left, es débil o fláccido; en euskera esku erki se equipara a "media mano"... Mientras que rigth significa además de derecho, correcto; y diestro
es también hábil. Sólo aplicado a la política el vocablo izquierda goza de cierto significado positivo, pues "ser
de izquierdas", se asocia con la defensa de ideas progresistas.

Escollos cotidianos
Son muchos los objetos y aparatos diseñados sólo pensando en los diestros: las cámaras de fotos y de vídeo tienen el disparador y los visores móviles a la derecha, si además llevan un artilugio para apoyarlas sobre el hombro, este está diseñado para el derecho; el freno de mano de un coche está colocado de forma que pueda ser accionado con la mano derecha; en los torniquetes del metro y los ferrocarriles el billete debe introducirse por la derecha, y el paso queda a la izquierda -sólo los más antiguos de Barcelona son a zurdas, pero lo están "arreglando" con los nuevos. Por cierto, que Barcelona
es una de las pocas ciudades donde los trenes del metro entran en el andén desde la izquierda-; los interruptores de luz suelen estár situados a la derecha y las cerraduras exteriores de los pisos a la izquierda, para facilitar el acceso de una llave empuñada con la mano derecha (pues la izquierda, al girar, tropieza con el marco en el que se encaja la puerta). Hasta hace poco, los ratones de ordenador eran también diestros... La culata de un fusil se apoya en el hombro derecho y el punto de mira es también diestro (así que los zurdos lo tenemos más fácil para ser objetores). Las espadas y los cetros, se sostienen con la derecha. En la lucha, la mano izquierda sostiene
el escudo (es decir protege de forma pasiva) mientras la derecha empuña el arma y agrede, y también es la mano derecha la que lanza las flechas de los arcos.
Las cuerdas de las guitarras (y las guitarras mismas y demás instrumentos de cuerda que se sostienen entre las manos), las teclas de los saxos y similares, y los botones de la mayoría de los equipos audiovisuales, son también diestros. Los filos de los cuchillos, las tijeras, los cazos con vertedor y los pitorros de las pavas, las paletas de pescado, los abrelatas manuales, y la mayoría de los auxiliares de cocina que no son simétricos, están diseñados para ser empuñados por la mano derecha.
Las espirales y anillas de cuadernos y carpetas están
a la izquierda, una incomodidad para los que empuñan la herramienta de escribir con la izquierda. De hecho la escritura occidental misma, es diestra. Las sillas de estudiante con tablero incorporado, son también objetos imposibles para los zurdos.
Todas las cosas que giran -grifos, bombillas, tornillos, clavijas- se enroscan el en el sentido de las agujas del reloj (ya he encontrado la regla mnemotécnica, Max), que si es de muñeca, también está diseñado para ser llevado en la izquierda y manipulado con la derecha.

A derechas
El saludo militar, el juramento, el saludo cortesano, el apretón de manos, la bendición, la señal de la cruz... se realizan con la mano derecha. Sin embargo, las alianzas -salvo en Cataluña, otra vez-, se llevan en la izquierda; la explicación es práctica y diestra: así no estorban las tareas cotidianas. Una excepción: las condecoraciones y los broches se prenden a la izquierda, aunque en el caso de las primeras, se ordenan de derecha a izquierda según su valor.
En el caso de los vestidos, el masculino se abotona y anuda la derecha y el femenino a la izquierda, reforzando la idea de que lo derecho y bueno va unido a lo masculino y lo izquierdo y malo, a lo femenino.
De forma convencional, en las artes gráficas, el cine y el teatro, se sale por la derecha y se entra por la izquierda. Si se pide a un grupo de gente que representen con un signo su idea de salir, todos los diestros, y la mayoría de los zurdos, dibujarán una flecha que apunta hacia la derecha; la flecha apuntará hacia la izquierda si a continuación se les pide que reflejen la idea de entrar.
Por lo general, los periódicos, las revistas y los libros se leen de izquierda a derecha y lo que interesa destacar
-las imágenes de impacto y, sobre todo, la publicidad a página-, se sitúa en la derecha (la "página buena" o página recto, como se llama desde que Gutemberg inventó la imprenta, mientras que la izquierda recibe
el nombre de verso o anverso).

Iconografía
Las vírgenes (y las madres en general) siempre llevan
el niño en el brazo izquierdo, para dejar libre de actuar
el derecho. Cuentan que el escultor Bonnasieux, autor de la estatua de Notre Dame de France de Puy-en-Velay,
la única que lleva el niño en el brazo derecho, se suicidó
al percatarse de su error.
En la Biblia y los Evangelios, los elegidos se sientan siempre a la diestra de Dios, y los malvados se sitúan a la izquierda. El Corán va más lejos y atribuye a Alá dos manos derechas, pues Dios no puede ser zurdo (a pesar de que los musulmanes escriban de derecha a izquierda y de atrás hacia adelante).
Cuando se persigue a alguien en una representación gráfica, suele ser hacia la derecha, mientras que las entradas triunfales discurren hacia la izquierda. Las banderas siempre ondean hacia la derecha. Tanto en el cine como en la televisión, el teatro, las historietas o los carteles, las acciones que transcurren hacia la derecha sugieren dinamismo. Y las letras cursivas se inclinan hacia la derecha...

Invito tanto a zurdos como a diestros a reflexionar sobre la cuestión y aportar sus propias observaciones al respecto (y cuando descubra cómo se colocan las imágenes en el lugar que uno quiere, y no donde a la plantilla le da la gana, subiré algunas representaciones gráficas interesantes de todo lo que aquí se dice).

viernes, noviembre 04, 2005

PASIONES

Escribo esto aquí por alusiones de Marcóticos en
"La cuarta pared" (quien quiera tiene un enlace a la izquierda), porque no he visto donde se cuelgan los comentarios en su página (si es que hay algún lugar).
Soy una persona apasionada, porque creo que para disfrutar de todo el sabor de la vida hay que entregarse con todas las ganas.
La pasión por la lectura, las películas, la música, los paseos o los viajes, no suele tener consecuencias fatales en ningún caso (todo lo más un pequeño disgusto si un libro o una película defraudan tus expectativas), pero cuando se trata de relacionarse con las personas la cosa se complica, pues siempre se corre el riesgo de tropezar con algún depredador (de ello hablabamos Max de Sastre y yo el otro día). Algunos -quizá los que han tenido peor suerte, están más dolidos, y tratan de protegerse- optan por acorazarse frente a los demás y no manifestar sus sentimientos ni interesarse en exceso por nadie, para que no puedan herirlos, Es decir, evitan ponerse a tiro. El problema es que si quieres evitar las cuchilladas, a lo mejor tampoco te llegan las caricias...
Yo procuro tomar pequeñas precauciones, pero suelo bajar las defensas con relativa facilidad, prefiero confiar en las personas; me fascina conocer gente nueva (hambre de conversaciones estimulantes, curiosidad por comparar puntos de vista y deseos de aprender cosas nuevas) y para eso hay que estar dispuesta.
Si me equivoco y abusan de mí, me aparto, me lamo las heridas y sigo mi camino. Y si la cosa acaba mal por otros motivos, considero que ese es el precio a pagar por lo mucho que he disfrutado mientras duraba. Esto ocurre sobre todo con las relaciones amorosas, ya que parece que la pasión, el enamoramiento, se quema en su propio fuego y no puede durar siempre (tres años como máximo, dicen). Estar en la cima quizá implica acabar en la sima, pero ¡resulta tan extraordinario cuando estás arriba!

NOSOTROS Y LAS MATEMÁTICAS

He leído recientemente un libro del matemático John Allen Paulos que se titula El hombre anumérico. Es realmente impresionante la incultura que poseemos
casi todos los humanos (con la excepción de algunos científicos) en cuestión de números. Paulos sostiene, entre otras cosas, que tendemos a anular nuestro sentido crítico ante las cifras y que casi nadie maneja los números de la misma forma intuitiva que es capaz
de manejar otros conocimientos e informaciones.
Habla por ejemplo del llamado "Sofisma del jugador": todos tendemos a pensar que si algo ocurre muchas veces –como por ejemplo que la cara salga varias veces seguidas al lanzar una moneda–, se incrementan las posibilidades de que la cruz salga en el siguiente lanzamiento... Pues no es así; las probabilidades ni aumentan ni disminuyen, se mantienen constantes.

Lo que si es cierto es que cuantos más lanzamientos hagamos, más se aproximarán los resultados a la media (es decir al reparto al 50 % de caras y cruces),
aunque, a la vez, la cantidad de series consecutivas
que se producen, no dejará de sorprendernos.

Otra falacia habitual es la que encuentra curiosas correlaciones donde no las hay (al respecto circula

por ahí un texto acerca de los parelismos entre Lincoln
y Kennedy, los dos presidentes norteamericanos asesinados durante su mandato, más famosos. Si alguien lo quiere leer por curiosidad, que me lo diga y se lo mando, es muy largo para incluirlo aquí). Lo cierto es que si uno busca, encuentra. Se dice, por ejemplo, que los accidentes aéreos ocurren de 3 en 3, lo cual se verifica siempre si uno espera lo suficiente (puede ser en el plazo de una semana, de un mes, de un año...). este es un error que cometen muchos experimentadores, que tienden a fijar su atención en los resultados que corroboran su tesis y olvidan o minimizan (no siempre de forma consciente) los fallos y las excepciones.

Parte de este analfabetismo numérico se debe a que nunca nos han enseñado las aplicaciones prácticas de

las matemáticas, planteando cuestiones como: ¿Cuántos ladrillos tiene una pared? ¿Cuál es el porcentaje de padres calvos entre los alumnos de una clase? ¿Cuántas monedas caben en un recipiente concreto y cuál sería su longitud si las pusiéramos en fila?... Como consecuencia, las matemáticas resultan una especie de entelequia abstracta a la que nos aproximamos con desconfianza.
También se habla de la "Falacia de la base extensa", muy utilizada en las noticias, por ejemplo, al dar las muertes en carretera que se producen en un puente largo.

Al parecer, estadísticamente no hay grandes diferencias numéricas entre la cifra de muertos de un puente y las que se producen a lo largo de un periodo de días laborables equivalente.
Otra forma de información engañosa es la utilización

de promedios y estadísticas. Al respecto hay un pequeño chiste que afirma que si un hombre tiene la cabeza en
el horno y los pies en la nevera, en promedio debe sentirse a una temperatura bastante cómoda.

Y para terminar un caso de anumerismo irracional, tomado del propio libro:
Imagina que eres un general rodeado por una fuerza enemiga abrumadora y que tiene que salvar a sus 600 hombres a través de una de las dos vías de escape que los espías han descubierto. La primera salida salvará a 200 hombres, mientras que si se utiliza la segunda, hay una probabilidad de 1/3 de que los soldados se salven y una probabilidad de 2/3 de que no lo consigan ¿qué camino eliges?
Tres de cada cuatro personas eligen el primer camino, que garantiza la salvación de 200 personas, mientras que por el segundo hay una probabilidad de 2/3

de que mueran todos.
Ahora veamos otro problema. Vuelves a ser el general que ha de decidir entre dos rutas de escape. Si eliges la primera perderás 400 hombres, pero si tomas la segunda hay una probabilidad de 1/3 de que ninguno muera, y una probabilidad de 2/3 de que no lo consigan. En este caso cuatro de cada cinco interrogados optan por la segunda respuesta y, sin embargo, la pregunta es la misma en los dos casos. La diferencia en la respuesta

se induce a través del modo en que ha sido planteada:
en términos de vidas salvadas o de vidas perdidas.

El librito está publicado en Tusquets, en la colección Metatemas y hay una reedición reciente de julio de 2005. Del mismo autor leí hace tiempo Un matemático lee el periódico, donde analiza la engañosa forma en que se manipulan las noticias mediante cifras y estadísticas. Dos libros muy interesantes que os recomiendo.



sábado, octubre 22, 2005

VAPORES DE ALCOHOL

Anoche cené, con una amiga muy estupenda que me aprecia como pocos, en un restaurante donde disfruté del mejor Steak Tartare (soy carnívora, lo siento) que he comido en mi vida. Es un restaurante un poco pretencioso pero con una cocina fantástica, y el maître es un convencino de mi amiga.
El lugar es de esos que amenizan la velada con un pianista. La primera serie del pianista fue agradable y nada más. La segunda me recordó una anécdota con un antiguo amor, y para los que vivís en Madrid (y tenéis cierta edad), un viejo y querido lugar que ya no existe. El piano despertó un pequeño recuerdo dormido. No sé si muchos recordarán El Avión, un bar, casi mítico cerca de la plaza de Manuel Becerra, que cerró pocos meses después de que yo me trasladara a vivir a Barcelona, es decir, hace algo más de una década. Era un antro oscuro y destartalado, que se caracterizaba básicamente por dos aspectos: el suelo alfombrado de las cáscaras de pipas que la casa servía de forma gratuita con todas las consumiciones, y su pianista, casi tan vetusto como el local, que amenizaba las veladas interpretando baladas y tangos. (Al poco tiempo de cerrar el local el pianista murió, dicen que de nostalgia.)
Fue allí donde una noche recibí el elogio/piropo más fantástico que me han dedicado jamás. Estaba con alguien a quien quería mucho (y por quien entonces me sentía muy querida) –el mismo que en la dedicatoria de Nadie es perfecto, un libro de entrevistas con Billy Wilder que me regaló, fue capaz de escribir: «Nadie es perfecto, aunque tú me haces dudarlo». En cierto momento abandoné la mesa para ir al baño; cuando regresé él me dijo: «no te la vas a creer, pero el de la mesa de al lado (en la que había dos parejas mixtas) me ha dicho: ‘Enhorabuena, la chica que está contigo es preciosa’, cuando le he pedido que esperara a que tú regresaras y te lo dijera en persona, él me ha contestado: ‘te lo digo a ti, porque el mérito es tuyo por haberla conquistado’ (quizá las palabras no fueron exactamente esas, pero eso fue lo que dijo el desconocido).
Mi acompañante era zalamero por naturaleza, así que mientras me lo contaba, le di poco crédito, pensando que era una historia que había inventado para mí, para hacerme sentir bien (o aún mejor, porque bien, estupendamente, ya me sentía)... hasta que «el de la mesa de al lado», que debía haber captado parte de nuestra conversación, se decidió a interrumpirnos para corroborar que lo que mi acompañante me contaba, había ocurrido así. No me he sentido tan halagada en toda mi vida. Esa noche mi cotización, que por entonces era muy alta, subió varios puntos, pues nada incita tanto a valorar lo que tenemos, como el hecho de que otros lo aprecien o envidien...
Los mecanismos de la memoria son insólitos, ya he apuntado algo en este sentido en otra de las entradas, pero lo cierto es que este recuerdo casi olvidado ha regresado con los compases de una vieja balada sentimental –Killing me softly with his song–, interpretada por un pianista desconocido. La única canción que el peculiar pianista de El Avión, que era muy suyo, accedió a interpretar una noche (otra distinta de la que he referido) a petición de uno de los clientes (el mismo que aquella otra noche), que la solicitaba para su enamorada (la misma de aquella otra noche).


Lo que antecede es muy personal y quizá un poco ñoño; lo escribí anoche, aunque lo he pulido un poco hoy. Algo debieron tener que ver con ello, la botella de vino que mano a mano nos bebimos, los cuatro carajillos y los cuatro limoncinos... pero me hace gracia publicarlo aquí para que lo leáis.

jueves, octubre 20, 2005

IN MEMORIAM

Ayer estuve demasiado ocupada con cuestiones de trabajo y los problemas causados por esta página, así que no lo he sabido hasta hoy. Sabía que estaba enfermo, y que se había interrumpido su cita diaria con los lectores. Incluso ayer mismo pensé que, por la edad, quizá no le quedaba demasiado tiempo. Mientras lo pensaba, no sabía que ese tiempo se había agotado ya.
Este texto es de color rojo por razones obvias. No siempre estuve de acuerdo con las cosas que decía, no he compartido muchas de sus opiniones, pero siempre sentía curiosidad por leer lo que cada día decía en su columna. Y un gran respeto. Y cierta ternura. Y mucha compasión; conocí, sólo de forma superficial, a tres de los cuatro hijos que ha enterrado, y siempre he creído que no debe haber nada más terrible que enterrar a un hijo, porque es ley de vida que tus descendientes te sobrevivan.
En un último gesto, este cronista/analista de insaciable curiosidad ha donado su cuerpo a la ciencia... Hasta siempre Haro!

miércoles, octubre 19, 2005

SERVIDUMBRES CIBERNÉTICAS

... y es que la ciencia progresa que es es una barbaridad!
El primer televisor (uno en B/N de 14 pulgadas) llegó a casa poco antes de la muerte de Franco (quizá en el '74), y aunque mi hermano llegó a tener un Spectrum (si mal no recuerdo), yo no entré en contacto con un ordenador hasta principios de los '90. Hace unos 15 años compré mi primer contestador: estaba enamorada y quería librarme de la dependencia del teléfono. El contestador me permitía saber que aquella persona había llamado, y oir su voz, sin tener que renunciar a ir al cine o salir con los amigos, cuando él andaba viajando por el mundo. Lo sentí como liberador, pero he de reconocer que todas las noches, cuando llegaba a casa, lo primero que hacía era escuchar los mensajes.
Compré mi primer ordenador (un armatoste de segunda mano) un poco después, al llegar a Barcelona, cuando empecé a trabajar escribiendo textos para colecciones de quiosco. Me costó 100.000 pesetas de entonces, pero soy muy perfeccionista y lo de repetir continuamente las páginas, aunque fuera en una máquina electrónica, me sacaba de quicio. Cuando quedó claro que me iba a ganar la vida con ello, compré uno nuevo, modesto pero mejor, que ya tenía conexión con internet.
Mientras tanto, la gente que me rodeaba se había ido comprando móviles. Mi primer móvil fue un aparato (grande y de aquellos que llevaban una antena que había que desplegar) ya viejo y obsoleto (como mi primer ordenador) cuando lo recibí, que me dió mi madre cuando se compró uno más moderno, y de eso no hace tanto tiempo. Era casi anacrónico, pero para mí, cumplía su servicio (básicamente acceder a un teléfono en circunstancias difíciles, o localizar al otro cuando la cita es en la calle y ha habido un despiste o un retraso).
Mientras, llegó el momento de cambiar de ordenador (¡envejecen tan rápido!).
El médico me aconsejó que comprara uno que me permitiera trabajar con los codos apoyados sobre la mesa (por la cosa de las tendinitis), y pensé en comprar uno estacionario con pantalla plana, para poder colocarlo al fondo del escritorio. Al final opté por un portátil que me permitía el mismo montaje, ocupaba menos y podía llevar conmigo cuando viajaba (de esto apenas hace dos años). Por las mismas fechas cambié mi móvil por uno más moderno (que ya se ha quedado antiguo, pero no me importa) con un montón de prestaciones que nunca he utilizado.
Ahora, cuando salgo de casa me inquieta olvidarme el móvil (aunque no suelo volver por él si eso ocurre) y cuando viajo, llevo siempre un peso adicional: el ordenador.
Y donde quiera que esté busco tiempo para conectarme: reviso el correo de Outlook, luego el de Gmail, después visito las páginas de mis amigos, y ahora también la mía, para ver si hay novedades... y me horroriza pensar que el ordenador pueda tener una avería que me impida accceder a todas esas cosas. Me sentiría muda y ciega.
A pesar de todo, trato de conservar cierta distancia: tuve un corto periodo de semiadicción al chat, pero descubrí que se miente mucho y la gente acaba siendo menos interesante de lo que promete. Prefiero la opción inversa a la habitual; hacerlo con gente que conozco y en ese momento está fuera de mi alcance, pues me niego a permitir que una pantalla sustituya el placer de tocar, o simplemente sentir cerca, a las personas que quiero. Aunque me alegro mucho de que exista un medio que facilite el contacto cuando están lejos (desde Barcelona, a veces los extraño mucho). Por otra parte, desde que tengo ordenador, me escribo mucho más con mis amigos, solo que en vez de usar sobres y sellos, mando las cartas por mail.
Si recibo llamadas en el móvil mientras estoy acompañada, trato de que la conversación sea breve, pues me parece una falta de educación tener a los demás a la espera de que tú cuelgues; y todavía me da cierta vergüenza atender el móvil cuando estoy rodeada de gente, o en un transporte público, situaciones en las que todos se enteran de lo que hablas. Pero si salgo a cenar y luego quiero quedar con otros para tomar una copa, el móvil me permite concretar la cita, y si recibo una llamada de alguien que me importa, oir su voz me produce un gran placer...

martes, octubre 18, 2005

ALGUNOS PORQUÉS DE ONDINA



Ondina, by Rackham.

La página se llama así porque hace tiempo, cuando me instalé en Barcelona, empecé a escribir una novela bajo ese título. Tenía que ver con el reencuentro con la ciudad (nací aquí) y con la forma en que los lugares, los objetos o los olores despiertan los recuerdos dormidos. La novela ya nunca se escribirá, aunque de ella han nacido otros libros posibles que tal vez si se lleguen a escribir. También porque la memoria, los recuerdos y sus mecanismos de recuperación, me interesan mucho, en el sentido científico y ensayístico, y porque las memorias y las biografías, es decir, lo que la gente escribe sobre sí misma o sobre otros, constituyen una de mis lecturas favoritas.
Lo de las mareas tiene que ver con las olas que forman a veces los recuerdos cuando te asaltan (pues los recuerdos llegan hasta la conciencia como objetos traídos por la resaca), y con mi fascinación por el mar (como Serrat, yo también nací en el Mediterráneo), una de las razones que más pesaron a la hora de tomar la decisión de dejar Madrid (que, por desgracia, no tiene mar, y a la que a pesar del cariño que le tengo y la frecuencia con que vuelvo, no me arrepiento de haber abandonado).
Lo de Ondina, ninfa de las aguas, tiene mucho que ver con ello y con la fascinación que la lectura de la obrita del mismo nombre, y cuyo autor es Friedrich de la Motte Fouqué, despertó en mí cuando la descubrí. De una forma muy curiosa: cuando tenía unos 16 años, tuve un novio charlatán, pero muy ameno, al que le gustaba contar historias, y en una reunión de amigos nos contó la historia de Ondina, la ninfa que renunció a la inmortalidad por el amor de un humano... y no sigo contando porque no quiero estropear la historia a aquellos que se decidan a leerla (cosa que recomiendo encarecidamente). Fascinada por el relato busqué, sin éxito, una edición del libro, hasta que el padrino de mi hermano (que había asistido a una conversación familiar en la que mencioné mi infructuosa búsqueda) me regaló su ejemplar, ya usado, y en una barata edición de bolsillo sin ilustraciones. A pesar de la modestia del presente, es uno de los mejores regalos que he recibido nunca (aunque creo que él nunca llegó a saber cúanto aprecié su gesto). Leí la historia que hasta entonces sólo conocía en una versión oral extensa pero abreviada, y aún me gustó más. Con el paso del tiempo, se ha convertido en una especie de libro-fetiche.
Los que puedan estar interesados en leerla, deben saber que es una historia muy romántica y triste, que acaba mal. Por otro lado es muy breve, y se lee con facilidad. (Algunos años después, Olañeta realizó una cuidada y preciosa edición ilustrada, que también compré). Curiosamente, he vuelto a leer Ondina muchas veces y, sin embargo, nunca he intentado leer alguna otra cosa del autor (¿quizá, sin saberlo, miedo a que el resto de su producción me decepcione?), una laguna que en este momento me propongo correr el riesgo de rellenar.


MENUDENCIAS

Pensaba colgar algunas otras cosas que me rondan la cabeza, pero me ha impresionado el artículo de hoy en
El País, de Rosa Montero (supongo que lo podéis leer entrando en la página del periódico, que creo que ahora es de libre acceso, si no, me lo decís e intentaré escanearla y colgarla aquí). Me conmueve su capacidad de emocionarse no sólo con las grandes tragedias, sino también con las minúsculas. Con los 10.000 balseros muertos que yacen en el fondo del Caribe y con la desventura de un pobre gatito, perdido entre los raíles del metro. Yo, "de mayor", quiero ser como ella y conservar la capacidad de que me duelan las tragedias ajenas, sea cual sea su índole y dimensión. (Esto podría abrir un debate muy interesante acerca de la capacidad de emocionarse y de la necesidad de conocer el dolor, al menos en cierta medida, para poder apreciar el placer).
La segunda cuestión que me suscita la lectura viene de un viejo debate entre amigos (hablábamos de como muchos intelectuales de izquierdas no son tan críticos con los desmanes de los comunistas como con los de los "fachas") en el cual algunos afirmaban que Rosa Montero no condenaba de forma clara y abierta la dictadura, que lo es, de Fidel Castro. Yo defendía que sí lo hacía. A los pocos días de tal debate, ella publicó un artículo, también en la última página de El País (si alguien quiere la referencia creo que puedo encontrarla), donde quedaba clara su posición al respecto, refrendada por lo que hoy escribe.
Como no quiero que las entradas resulten tediosas a causa de la longitud, lo dejo aquí.

domingo, octubre 16, 2005

PRESENTACIÓN

Me incita la envidia. Todo el mundo abre una blog, así que yo también quiero una. Pensaba que sería más complicado, pero en realidad es sencillo. (Gracias, Daniel por mostrarme que era tan fácil; y gracias, Luis, pues la he creado desde tú página). Supongo que hasta que le coja el tranquillo, la cosa resultará un poco sosa, pero tened un poco de paciencia, porque todavía no tengo muy claro para qué la quiero, ni las posibilidades técnicas. Empiezo por algo simple y reciente: el miércoles pasado estuve en el Festival de Sitges. Fui a ver la película de Jordi Torrent L'est de la brúixola (El este de la brújula), que me pareció fascinante. Jordi es un viejo (¿viejo?) amigo de mi hermano al que en 20 años he visto pocas de veces, y al que conozco más por las referencias verbales de Daniel que por haber conversado con él. En fin, la película es estupenda y espero que llegue a las salas comerciales para que todo el mundo pueda verla. Podéis encontrar un comentario más extenso, que suscribo casi por completo, en laoficinaimaginaria.blogspot.com